miércoles, enero 19, 2011

“Olvídalo todo. Es Chinatown”

La última vez que vi Chinatown fue en la filmoteca. Fue también la primera vez que la gocé en pantalla grande. La copia era bastante buena y la sala estaba llena. En cuanto sonó la extraordinaria banda sonora de Jerry Goldsmith y se proyectaron los títulos iniciales me entró un escalofrío, me hundí en la butaca.

Chinatown se produce en la época de las películas retro (El gran Gatsby, El golpe o Primera plana) pero reniega de esa moda de los estudios. Roman Polanski se lo dejó claro al productor Robert Evans: no haría una película retro ni la haría como en los treinta. Rodaría como se hacía en los setenta. Polanski pidió rodar en color y en Panavisión. El fotógrafo contratado era el veterano Staney Cortez (El cuarto mandamiento), pero el hombre, ya mayor, era muy lento y sus técnicas estaban desfasadas. Polanski, que no quería que el tono cromático del film se pareciese al de El padrino (algo que pretendía Evans, productor de la obra maestra de Coppola), hizo sustituir a Cortez por John A. Alonzo, que acabó firmando un trabajo con muchísima personalidad.

El guión de Chinatown, de Robert Towne, es complejo, enrevesado y lleno de recovecos y revelaciones que van siendo desgranadas secuencia a secuencia. Uno de sus grandes logros de Towne es haber pergeñado una extraña trama basada en el agua y no en joyas, carreras de caballos, atracos, bancos o una figura en forma de halcón. Pero lo que realmente hace grande a Chinatown es que en ella el thriller no se sustenta en los archiconocidos códigos del género, sino en lo humano. En la corrupción, el poder, la mentira, los impulsos más primitivos, el sexo sano y el sexo enfermo. Así lo explicó Polanski: “El suspense nace no tanto de los hechos, sino de los sentimientos y las emociones de los personajes. No hay puertas que chirríen ni sombras amenazadoras, hay sentimientos complicados, sombras que turban la mente de los personajes”.

Y el humor. Chinatown, que arranca con la socarrona escena de un marido descubriendo las fotos de su mujer pegándosela con otro, despliega memorables momentos de humor marca Nicholson, un protagonista golfo, algo vulgar, muy natural y cargado de sexualidad que está a años luz de otros hieráticos detectives del cine clásico.

Además de un detective con un esparadrapo en la nariz durante un tercio de película y una confesión a bofetada limpia (“Es mi hermana, es mi hija”), lo que me sigue maravillando de Chinatown es el final. Para llegar a él también hubo bofetadas entre Towne y Polanski. Towne quería un final feliz. Evelyn mataba a su padre Noah Cross en una calle de Chinatown. Pero Polanski objetó: “El mundo es un lugar tenebroso”. Polanski ganó la pelea de egos: Gittes (Nicholson) no puede hacer nada frente al mal, no puede reaccionar ante la inevitable repetición de la injusticia, ante lo corrupto del ser humano. En la versión de Polanki Gittes se queda en estado de shock ante el cadáver de Evelyn. Y entonces, consolándolo, un compañero le susurra: “Olvídalo todo. Es Chinatown”.

Como cuando decimos “Nadie es perfecto” o “Que la fuerza te acompañe”, frases que se han vuelto expresiones coloquiales gracia al cine, yo adopté la última frase de Chinatown. Porque también creo que suele ganar el mal y que nuestro mundo es un lugar tenebroso. Y al reconocer al mal campando a sus anchas suelo soltar aquel “Olvídalo todo. Es Chinatown”. Escrito el sábado 16 de enero de 2011.

2 comentarios:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
IVAN REGUERA dijo...

Anónimo: Joder, qué cagada. Gracias por avisar. Borro tu comentario porque se me cae la cara de la vergüenza.