miércoles, marzo 23, 2011

¡Cuando acabe!

Miguel Ángel era un profesional a sueldo del papa Julio II. Tardó ocho años en pintar el techo de la Capilla Sixtina. Cada vez que el papa oficiaba misa en la Capilla, al salir le preguntaba: “¿Cuándo terminarás?” Y Miguel Ángel siempre respondía lo mismo: “¡Cuando acabe!”. No sé si la anécdota es cierta, pero en la peli de Charlton Heston quedaba bien. En este caso, Miguel Ángel es un raro espécimen. No trabajó, como el resto de los mortales, a cambio de tiempo. La mayoría entregamos nuestro tiempo para realizar una labor que generalmente no haríamos si no necesitásemos canjear ese tiempo por dinero para después canjear ese dinero por un alquiler, la comida, el alcohol, el tabaco y el ocio. Luego una minoría de mortales dedicamos parte de del resto del tiempo que nos queda tras el trabajo para escribir, rodar, pintar, componer… lo que sea, da lo mismo. Y en ese proceso, el material más preciado no es el talento, el esfuerzo o la inspiración. Eso lo dejo para los profesionales. Es el tiempo. Tiempo para pensar, garabatear, escribir y volver a escribir sobre lo escrito. Hace unos días, Dustin Hoffman hablaba del tiempo en una entrevista en la que dijo lo siguiente: “Si le dices a alguien en Hollywood que has pasado dos o tres años escribiendo un guión piensan que estás loco. Un libro puede ocuparte diez años, pero si un guión te leva algo más de cuatro o cinco meses los productores creen que estás acabado”. La libertad creativa no la da el dinero. El dinero lo da una profesión y es sólo un sustento. Nada que ver con contar con todo el tiempo que sea necesario para pulir y acabar. “¡Cuando acabe!”. Hace poco un director de cine me comentaba que TENÍA QUE ACABAR el documental en el que estaba inmerso porque le habían fijado fecha de emisión en una tele y su productor -que dependía de no sé que plazos para no sé que subvención- estaba de los nervios. Atacado. Y él sabía, como me confesó, que el documental iba a quedar huérfano de testimonios e imágenes fundamentales que necesitaban mucho más tiempo. Él no podía o no sabía gritar al productor “¡Cuando acabe!”. Como mi amigo el director, aquellos autores que dependen de fechas, plazos y calendarios son unos privilegiados pero a la vez están en desventaja con respecto a los que no tienen esa presión. Por eso algunos anteponen la perfección a la profesión. Escrito el sábado 19 y el lunes 21 de marzo de 2011.

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