jueves, marzo 17, 2011

INDIEWOOD

Steven Soderbergh ha dicho que deja el cine. Que se aburre, que está cansado. Que deja paso a otros. Su apellido está unido a otros de su generación: Sayles, Lee, Lynch, Demme, Van Sant, Wang, Waters, los Coen, Hartley, Linklater, Haynes, Araki, LaBute, O. Russell, Rodriguez, DiCillo, Anderson, Aronofsky, Jordan, Boyle y Tarantino. De todos estos apellidos, a la mayoría de los mortales sólo les suena uno, el último. Algo que me recuerda a unas palabras de Billy Wilder: “Ya no se conoce a ningún director, o a muy pocos. El cine ya no es el terreno en el que se expresa el director. Bastan dos o tres dedos para contar a los directores famosos”. Todos los directores antes citados, Soderbergh incluido, forman parte del libro que dedicó Peter Biskind al llamado cine independiente: ‘Sexo, mentiras y Hollywood’. En él escribe: “La convergencia entre películas de estudio y filme independiente dio lugar a una crisis de identidad entre los indies. Claro, se habían vuelto más viables, pero ¿seguían siendo independientes? Se acuñó el término “Indiewood” para describir esta nueva realidad.” Tras la derrota del Nuevo Hollywood en los ochenta, una nueva generación de cineastas empezó a ser tomada en serio en el mercado gracias al éxito de Sexo, mentiras y cintas de vídeo, de Soderbergh, en Cannes. Y también gracias a la importancia de un nuevo festival llamado Sundance y a una temida compañía llamada Miramax, entonces de los hermanitos Weinstein, “esos ordinarios bárbaros de Buffalo” que representan lo mejor y lo peor del cine norteamericano, capaces de acogotar al cineasta con el que trabajan y a la vez exportar admirablemente films como Pulp Fiction o Chicago. En el fondo, Harvey (responsable del exitazo de El discurso del rey) y Bob Weinstein no se diferencian tanto de otros también despiadados productores como David O. Selznick, Harry Cohn o Jack Warner. Hace veinte años, Miramax estrenó la modesta producción en blanco y negro En la cama con Madonna recaudando 15 millones de dólares. En total, en el 91 la empresa estrenó 40 películas, el doble que un gran estudio. No es de extrañar, claro, que el gigante Disney atacase con toda su artillería para comprar Miramax. La idea era ayudar a Miramax a hacerse con el movimiento independiente y aniquilar a los demás. La estrategia de Disney fue inteligente: en vez de crecer verticalmente (cine, discos, cable…), preferían comprar contenidos para que los demás competidores (Murdoch, Malone, Viacom y Time Warner) tuvieran que tratar con ellos para llenar de contenidos todas sus costosas ventanas. La jugada les salió redonda tanto a los Weinstein (Miramax) como a Michael Eisner (Disney) y dejó noqueados a los competidores “independientes”: Sony Classics, October, Fine Line y Goldwyn. Y entrecomillo lo de independientes porque en realidad a estas se les unieron Gramercy, Fox Searchlight o Paramount Classics, todas dependientes (descaradas tapaderas) de los grandes estudios. La astuta estrategia, aun vigente, fue la siguiente: hago productos de estudio, pero me creo paralelamente una empresa satélite para producir cine de “arte y ensayo”, “de premios” o “de festival” y así domino todo el mercado. Los productores gordos, los amos, podían competir en premios independientes y en los Oscar. Parecía que por fin algo estaba cambiando, pero como el Nuevo Hollywood cayó por pura megalomanía, Indiewood pereció por algo más mundano: un cambio de régimen. Al valiente ejecutivo Hill Mechanic (El club de la lucha y Bulworth) lo barrió Rupert Murdoch y Lorenzo di Bonaventura (Tres reyes) fue fulminado por alguien de Warner “por hacer películas demasiado oscuras”. Y Wilder acabó teniendo razón: los directores actuales se patean festivales y reciben premios, pero agonizan pronto, no dejan huella. Así lo comentaba Hilario J. Rodríguez en el ABC: “Cada año surge alguien capaz de sacar el séptimo arte de su estado comatoso e impulsarlo hacia el futuro. Hace apenas tres años se reivindicaba a Apitchatpong Weerasethakul, y el público español sigue sin saber quién es. ¿Y Takeshi Miike, Béla Tarr, Gaspar Noé, Thomas Vinterberg o Christopher Nolan? ¿Son sólo nombres o directores de carne y hueso, en los que hemos de confiar como antes se confiaba en John Ford, Roberto Rossellini o Yasujiro Ozu? Desde hace un par de décadas, la historia del cine arranca en La guerra de las galaxias y vive una continua celebración de cada instante como si no hubiese pasado o futuro”. Reescrito el 17 de marzo de 2011. Fotos: Soderberg y Harvey Weinstein.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Normal que en EEUU la peña conozca solo a Tarantino de los que has nombrado. Quentin hasta es jurado en el Operación Triunfo americano (American Idol) como se ve en el siguiente video:

http://www.youtube.com/watch?v=t_R9GtquaHk

Por cierto, ojito a la camisa.